The Last Kings Of Babylon
(Thirty Tigers, 2025)
Hace unos días, la Rolling Stone, en referencia a este disco que lleva tan solo dos semanas en la calle, calificó a Jason Boland (una vez muerto Bob Childers, que era quien detentaba el título), como «el padrino de la música Red Dirt». No es poca cosa, considerando todo lo que ha salido y sigue saliendo de esa «tierra roja»: Oklahoma. No recuerdo exactamente a través de qué peregrina carambola cayó en mis manos su cuarto álbum, Somewhere In The Middle (2004). Aquel título ya lo decía todo, «en algún lugar de por ahí en medio», música de «Okies», música de «la tierra roja», música definida en alguna parte como «country con actitud», que fue, además (y quizá por ahí viniera la carambola) el primer álbum que les produjo el legendario Lloyd Maines. Empezaba el disco con el tema «Hank», una canción de Aaron Wynne que ya habían grabado, aquel mismo año, los Eleven Hundred Springs de Dallas, en su álbum Bandwagon con el título «Hank Williams Wouldn't Make It Now In Nashville, Tennessee», una auténtica declaración de principios, una llamada de atención sobre la degradación de la industria y el gusto en general (trasplantado a nuestro gremio sería algo parecido a afirmar que hoy Faulkner no encontraría editorial ni llegaría a 100 «followers» en Instagram). Además, aparecía, haciendo voces, uno de los «santitos» más venerados de nuestro altar (de ahí puede, también, que viniera la carambola), el inmenso Billy Joe Shaver, de quien versionaban «Thunderbird Wine», de su mítico álbum de 1981, I'm Just An Ols Chunk Of Coal, y a quien dedicaban el disco, parafraseando una de sus canciones, «ojalá viva para siempre». Pues bien, veintiún años después, Jason Boland & The Stragglers repiten con Lloyd Maines a la producción, vuelven a abrir el disco con un tema dedicado a Hank («Next To Last Hank Williams»), y vuelven a versionar a dos leyendas: Jason Eady («Drive») y al hijo adoptado de Oklahoma, el inmenso tejano Jimmy LaFave, cerrando el álbum con la majestuosa (en esta casa, poco menos que un himno), «Buffalo Return To The Plains» (que es también, tras tantos años de carretera y de indomabilidad, una suerte de declaración de principios: aquí seguimos, los detritos de Nashville —y sucedáneos— no han logrado extinguirnos, pese a que las reglas del juego hayan cambiado, y permanecemos fieles a nuestro más viejo mantra, vertido aquí sobre una canción, «One Law At A Time»: «procurar no romper más de una ley a la vez»). Jason Boland dice que este The Last Kings of Babylon, su undécimo álbum, es un espejo. «Una retrospectiva, un reflejo de todos los lugares que hemos transitado y de todo lo que hemos aprendido en veinticinco años de carretera». Pero sin nostalgia. Sigue siendo el sonido contundente, marca de la casa (un sonido muscular que —como diría la madre de un buen amigo manchego— «hace salir polvo de lo mojado»), fieles a la historia y la tradición, pero forzando las fronteras sonoras (el The Light Saw Me, de 2021, sin ir más lejos, producido por Shooter Jennings, era un disco conceptual de ciencia ficción: un vaquero del siglo XIX de Texas es abducido por los extraterrestres y transportado a su estado natal cien años más tarde…) y desafiando las convenciones del género (en muy pocos suena mejor esa filtración del country clásico por las lentes caleidoscópicas del rock, el punk, el bluegrass y el folk). El álbum habla del largo periplo de la banda. «Cuando formamos la banda —dice Boland—, estábamos buscando algo. Seguimos buscándolo». En esta ocasión, se potencian la energía y la intensidad (al escuchar «Ain't No Justice» es muy difícil quedarse quieto y no salir a la calle a atracar un banco). El título del disco hace referencia, precisamente, a esa circunstancia de supervivientes y empecinada perseverancia a la que se han visto abocados, la idea de Babilonia como una especie de tiempo y espacio míticos donde la belleza y el oficio contaban de verdad. Cuando se hacía un arte pensado para perdurar. Y los Stragglers, al frente de su graciosa majestad Jason Boland, siguen contándose entre los últimos reinantes de ese lugar. Por suerte, siguen habiendo manadas de búfalos paciendo en las praderas.